Mis padres
estaban en General Pico, pero por aquello de que “mi médico de confianza no lo
cambio por ninguno”, mi madre se fue a Victorica y allí nací justo un 19 de
agosto, día de la celebración de la Batalla de Cochicó. A los dos años llegó mi
hermana y cuando tuvimos edad para acompañar a papá en su itinerante profesión
policial, nos echamos al camino.
El primer
destino fue Guatraché, una casa de dos plantas enorme y con un altillo donde
campaban a sus anchas infinidades de palomas. Comencé la primaria en la Escuela
Nº 76 de Ingeniero Luiggi, primer grado, segundo y mitad de tercero, continué
en Quemú Quemú en la Escuela Nº 48 con mitad de tercero, cuarto y mitad de
quinto, mitad de quinto en la Escuela Nº 57 de General Pico y el sexto y final
de la primaria en Bernardo Larroudé. Mis recuerdos son agradables y llenos de
emoción. Fui recibido muy bien por mis compañeros de clase en la vieja escuela
Nº 20 Bernardino Rivadavia rodeada de enormes eucaliptos.
Estoy seguro que
mi afición al deporte nació en Larroudé, en el patio del colegio, en aquellos
vibrantes partidos de fútbol, o en la precaria cancha de pelota al cesto de
tierra, con dos aros que eran latas de dulce de batata, sostenidos por alguna
compañera. En el patio de la casa policial construimos un día un ring
utilizando como esquinas a 4 eucaliptos, nos calzamos unos guantes de boxeo
enormes y entre nosotros emulábamos al gran Nicolino Loche.
Un día conocí a
Malal y comencé a entrenar fútbol en la cancha del Larroudé F.C., por ahí anda
una foto donde aparezco en cuclillas como wing derecho. La cosa fue a más y un
día fuimos algunos chicos del pueblo a hacer una prueba a Ferro C.O. de
Intendente Alvear. El entrenador era un personaje inolvidable, el Pocho
Rodríguez. Ahí me hicieron la ficha y llegué a jugar algún partido en Pico y
Alvear.
Aquel niño de
pantalones cortos, alto y delgado, sigue sintiendo hoy, cuarenta y nueve años
más tarde, un amor intenso por su pueblo, por sus compañeros de clase, por los
recuerdos que se agolpan con el dulce sabor de la nostalgia. ¡Larroudé, siempre
te llevo en mi corazón y es un orgullo haber vivido en tus calles, con tu
gente, con tan hermosa pampeanidad!
En el mes de
marzo pasado tuve ocasión de volver, recorrí por la tarde lugares por donde
anduve de niño. Hasta disfruté con el privilegio de visitar la Estancia La
Pampeana, notable emprendimiento empresarial digno de mostrarlo al mundo, las
termas, las canchas de fútbol de los clubes del pueblo, el edificio de
bomberos, etc. Por la noche cenamos varios compañeros de aquella promoción
1.963 acompañados por las dos maestras que ayudaron a nuestra formación.
He vuelto a
España, desde aquí sigo agrandando mi visión larroudense, desde aquí y para
todos ustedes, una de las palabras más hermosas del idioma español: G R A C
I A S, por todo lo que me habéis dado. Los llevo en mi corazón.
José
Alberto Álvarez
Lic.
en Educación Física
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