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EL SURCO

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jueves, 16 de agosto de 2012


                         























EL NIÑO DE LARROUDÉ


Mis padres estaban en General Pico, pero por aquello de que “mi médico de confianza no lo cambio por ninguno”, mi madre se fue a Victorica y allí nací justo un 19 de agosto, día de la celebración de la Batalla de Cochicó. A los dos años llegó mi hermana y cuando tuvimos edad para acompañar a papá en su itinerante profesión policial, nos echamos al camino.

El primer destino fue Guatraché, una casa de dos plantas enorme y con un altillo donde campaban a sus anchas infinidades de palomas. Comencé la primaria en la Escuela Nº 76 de Ingeniero Luiggi, primer grado, segundo y mitad de tercero, continué en Quemú Quemú en la Escuela Nº 48 con mitad de tercero, cuarto y mitad de quinto, mitad de quinto en la Escuela Nº 57 de General Pico y el sexto y final de la primaria en Bernardo Larroudé. Mis recuerdos son agradables y llenos de emoción. Fui recibido muy bien por mis compañeros de clase en la vieja escuela Nº 20 Bernardino Rivadavia rodeada de enormes eucaliptos.

Estoy seguro que mi afición al deporte nació en Larroudé, en el patio del colegio, en aquellos vibrantes partidos de fútbol, o en la precaria cancha de pelota al cesto de tierra, con dos aros que eran latas de dulce de batata, sostenidos por alguna compañera. En el patio de la casa policial construimos un día un ring utilizando como esquinas a 4 eucaliptos, nos calzamos unos guantes de boxeo enormes y entre nosotros emulábamos al gran Nicolino Loche.

Un día conocí a Malal y comencé a entrenar fútbol en la cancha del Larroudé F.C., por ahí anda una foto donde aparezco en cuclillas como wing derecho. La cosa fue a más y un día fuimos algunos chicos del pueblo a hacer una prueba a Ferro C.O. de Intendente Alvear. El entrenador era un personaje inolvidable, el Pocho Rodríguez. Ahí me hicieron la ficha y llegué a jugar algún partido en Pico y Alvear.

Aquel niño de pantalones cortos, alto y delgado, sigue sintiendo hoy, cuarenta y nueve años más tarde, un amor intenso por su pueblo, por sus compañeros de clase, por los recuerdos que se agolpan con el dulce sabor de la nostalgia. ¡Larroudé, siempre te llevo en mi corazón y es un orgullo haber vivido en tus calles, con tu gente, con tan hermosa pampeanidad!

En el mes de marzo pasado tuve ocasión de volver, recorrí por la tarde lugares por donde anduve de niño. Hasta disfruté con el privilegio de visitar la Estancia La Pampeana, notable emprendimiento empresarial digno de mostrarlo al mundo, las termas, las canchas de fútbol de los clubes del pueblo, el edificio de bomberos, etc. Por la noche cenamos varios compañeros de aquella promoción 1.963 acompañados por las dos maestras que ayudaron a nuestra formación.

He vuelto a España, desde aquí sigo agrandando mi visión larroudense, desde aquí y para todos ustedes, una de las palabras más hermosas del idioma español: G R A C I A S, por todo lo que me habéis dado. Los llevo en mi corazón.


                                                                                                        José Alberto Álvarez

                                                                                                  Lic. en Educación Física




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